Más que una cena (Privado/R+18)

Corrió por el inmenso jardín, mientras que su perro ladraba y la perseguía, divertido. Ella rió, y lo hizo aún más cuando el can la derribó y quedó encima suyo, sólo para comenzar a agitar su cola de un lado a otro por la emoción y llenar su cara de baba con un par de lamidas. Como pudo se lo quitó de encima, para luego quedarse sentida en el suelo, observando como poco a poco las estrellas comenzaban a aparecer en el cielo y el sol se ocultaba en la lejanía, listo para darle paso a la blanca luna.

- Es un lindo anochecer, ¿verdad? - le preguntó a su perro, quien simplemente ladró, totalmente de acuerdo con las palabras de su dueña.

Recordó entonces un día cuando su padre decidió enseñarle algo de astronomía. Le enseñó las diferentes constelaciones en el cielo, y le explico cada detalle del Universo. Ella había quedado fascinada, y le pidió a su padre que a la próxima noche le enseñara algún cometa. Su padre rió y prometió hacerlo, pero a la mañana siguiente su estado de salud había empeorado y entonces...

Negó con la cabeza. No quería recordar nada de eso.

Su perro, mientras tanto, había olfateado en el aire un delicioso aroma. Se levantó, volviendo a agitar la cola emocionado, para luego ladrar en un intento de llamar la atención de la rubia y señalar hacia la entrada trasera del castillo. Louise tardó un poco en reaccionar, y luego recordó que Bent la regañaría si llegaba tarde a la cena. Se puso de pie y comenzó a correr de regreso a la casa, con Spark siguiéndole de cerca con la lengua de fuera, contento y ajeno al regaño que se llevaría su ama.

Louise intentó ser lo más silenciosa posible cuando entró a la casa. Caminó hacia las escaleras de puntitas, haciéndole gestos a su perro para que no hiciera ruido alguno. Se daría una ducha rápida para quitarse el sudor y la tierra, y así no dejar rastro de que salió al jardín cuando su Caballero se lo había prohibido. Hace unos días habían intentado matarla de nuevo, y aunque no lo consiguieron, el pelirrojo se había puesto como histérico y le había prohibido salir del castillo hasta que se calmaran las cosas.

Llegó casi corriendo a la cocina, con el cabello aún goteando y la ropa media húmeda. No le había dado tiempo para secarse correctamente, o de lo contrario se tardaría más y el pelirrojo comenzaría a sospechar.

Soltó un par de risitas nerviosas ante su pregunta, para luego rascarse una mejilla de manera "inocente". Pensó en una excusa rápida, mientras que su perro bajaba las escaleras -mojado también, puesto que se había bañado con ella- y se le lanzaba al gato que pasaba por allí de manera cariñosa.

- Y-yo... m-me quedé dormida - balbuceó -. Me quedé dormida e-en la tina, eso fue todo - mintió, mientras que se encaminaba hacia la mesa. El estómago comenzó a gruñirle tan pronto olfateó el aroma de los platillos. ¡Se veían tan deliciosos! Aún recordaba la primera vez que Bent había intentado cocinar. Casi quema la cocina -. ¿Qué preparaste? - preguntó curiosa, sentándose en su lugar y acomodándose la falda de su vestido para que no le molestara.

Además claro, de que quería cambiar el tema para que el otro no se molestara.

- Suena delicioso - sonrió, para luego tomar su tenedor y comenzar a comer.

Sabía que el otro se había enterado de su pequeña huida, y sabía que, por la forma en la que le miraba y le hablaba, estaba enojado. Tal vez él no se diera cuenta de aquello, pero ella sí. Desde pequeña había aprendido a reconocer cuando el otro andaba de buenas o se encontraba enojado. Y aunque generalmente Bent estaba enojado por una cosa u otra, nunca se había portado mal con ella.

Soltó un suspiro, mientras que jugaba un poco con su comida. No pudo evitar sentirse de nuevo como una niña pequeña.

- Perdón - dijo al fin, bajando la mirada e inflando levemente las mejillas, en un pequeño puchero -. Sé que no debí de desobedecer, pero realmente me aburro al estar aquí encerrada todo el tiempo - se medio quejó. Y es que era verdad, el otro tenía una extraña paranoia de que cualquier cosa podía matarla (sobre todo desde que vio a una pequeña ardilla en el jardín), y por eso la obligaba a quedarse la mayor parte del tiempo encerrada en el castillo.

Enarcó una ceja al escucharle. ¿Fuerte? Ella nunca había participado en alguna batalla, y aunque Bent le había enseñado a defenderse desde niña, nunca había hecho uso de su fuerza -a menos de que golpeara al pelirrojo por andar de idiota, claro-.

- ¿Fuerte? Pero si yo no lo soy... - murmuró, jugando con su tenedor.

Bent siempre había peleado por ella. Cada vez que intentaban atacarla, él siempre salía a su rescate. Casi como si fuera su príncipe azul de los cuentos que él solía leerle cuando era pequeña y no podía dormir en las noches de tormenta. Tal vez fuera por eso que ella no había muerto nunca, a diferencia de la gran mayoría de sus hermanos.

- Además no entiendo porqué insisten en querer matarme. Yo ya dejé en claro que no pensaba participar en el Ragnarok - farfulló, frunciendo el ceño.

Escuchó atenta sus palabras, sintiéndose repentinamente como una tonta. Ella era la que más edad aparentaba entre sus hermanos (por no decir que fue de las primeras en nacer), pero aún así desconocía mucho de sus poderes. Sabía controlar su fuego, y revivir también a las personas. Pero aún no llegaba a la fase dónde realmente podría ser una verdadera ave Fénix. Tal vez era inferior en ese sentido.

- El destino no está escrito en piedra - susurró, volteando a verle, seria -. No me importa si nací como Fénix, o como caído. No voy a participar en el Ragnarok, y es mi decisión final. Yo... no soportaría el tener que matar al resto de mis hermanos, por mucho que ellos quieran verme muerta a mí.

Volvió a suspirar, llevándose un pedazo de huevo con las verduras que el otro preparó a su boca. Ya había comenzado a enfriarse su comida y apenas le había dado un par de bocados.

- ¿Tú quieres que yo participe? - alzó la mirada, trabando su mirada con la de él -. ¿Quieres que me vuelva Reina? - volteó a ver hacia una de las paredes del comedor, donde se encontraba colgado un retrato de su madre -. No me veo a mí reinando todo un país, ni siquiera casándome por conveniencia. Me gustaría ser... libre, como las aves...

- Como Caballero, ¿eh...? - susurró, sin saber porqué de pronto se sentía triste y vacía.

Dejó el tenedor con cuidado sobre la mesa y se puso de pie, regalándole una sonrisa al otro. Por alguna extraña razón, había perdido el apetito, y lo único que quería era subir a su cuarto y encerrarse para poder ocultarse bajo sus sábanas.

- Lo lamento, ya no tengo hambre. Aún así gracias por la comida - murmuró, para luego encaminarse hacia las escaleras a paso rápido.

No iba a llorar, por mucho que quisiera hacerlo. No tenía motivos para hacerlo, además de que no quería preocupar a Bent. Su perro dejó de lamer al gato -quien ahora estaba también mojado, y además molesto- para seguirle escaleras arriba, ajeno por completo al extraño cambio de humor de su dueña.

Acarició la cabeza de su perro de manera ausente, mientras que este le miraba, entre curioso y preocupado. Se encontraban acostados en su enorme cama, pero la rubia no tenía ganas de dormir. Simplemente miraba hacia el frente, sin concentrarse realmente en algo. ¿Por qué se había comportado de aquella manera? Vale que a veces se comportaba como una niña pequeña, pero nunca había hecho "berrinches" como el que acababa de hacer.

Soltó un suspiro y giró para poder ver el techo, quitándose el flequillo de la cara. No entendía porqué le molestaba que el otro actuara de aquella manera, diciendo que sólo estaba con ella porque era su Caballero. ¿Y si no lo fuera? ¿Y si nunca hubieran hecho aquel pacto de sangre? ¿Bent aún estaría a su lado, o le habría dejado desde hace siglos? Le asustó pensar en eso. No se imaginaba su vida sin el pelirrojo. Había crecido con él, y de alguna manera u otra ella lo había considerado como un segundo papá. Pero... ¿ella lo seguía considerando como uno? ¿Seguía viendo al mayor como un padre o un tutor?

Salió de sus pensamientos cuando escuchó que tocaban a la puerta. Reconoció la voz de Bent al instante, además de que era la única persona que vivía con ella en el castillo. Infló las mejillas ante el apodo que usó para referirse a ella. Cada vez que le decía "princesita" le hacía sentirse como una niña "fresa" y maleducada. Y ella no era así.

- ¿Qué quieres? - medió gruñó, abrazando a su perro, quien simplemente ladró y saco la lengua para jadear.

Escuchó sus preguntas, sin evitar pensar que se parecía a toda una madre preocupada diciendo aquello. Abrazó más a su can, quien alzó una oreja de manera curiosa.

- Estoy bien, no me duele nada - se limitó a decir, frunciendo el ceño e inflando los cachetes en un pequeño puchero infantil, a pesar de que el otro no le estaba mirando en esos momentos. Ante cualquier otra persona, ella se mostraba seria y hasta un tanto fría. Como la mujer madura que debería de ser. Pero cuando estaba con el pelirrojo, simplemente no podía poner aquella misma expresión. Con Bent se mostraba tal cual era, y no fingía ser idéntica a su madre.

Supo que el otro seguía allí, afuera de su habitación, y ella no se pudo aguantar las ganas de verle. Desde que le había perdido el miedo, nunca se había separado del mayor. E incluso, ahora que había crecido, con costos lograba estar alejado de él más de media hora. Se bajó de su cama y se encaminó hacia la puerta, para luego abrirla y mirar al pelirrojo con el ceño fruncido y las mejillas coloreadas.

Antes de que el otro pudiera decir algún comentario burlesco hacia su persona, se lanzó contra él y lo abrazó con fuerza, enterrando su rostro en el pecho de él.

- No me dejes - susurró, con un tono temeroso.

Se dejó hacer por el otro, con los ojos fuertemente cerrados en un tonto intento por evitar llorar. Sabía que la seguiría incondicionalmente hasta el fin del mundo, pero tenía miedo que aquello se debiera precisamente a la unión de su sangre. Alzó la mirada para verle, con los ojos brillantes por culpa de las lágrimas no derramadas.

- ¿P-pero y si dices todo eso sólo porque te di mi sangre? - susurró -. ¿Y-y si nunca lo hubiera hecho? ¿Seguirías a mi lado? - preguntó, temerosa.

No deseaba quedarse sola, era uno de sus peores miedos. Y ahora que justamente se había encariñado con alguien, temía que este le abandonara. Bent podía hacerlo, no necesitaba de su sangre para existir como los Sirvientes, y ella nunca le obligaría a quedarse a su lado usando el juramento. Sabía que el mayor era algo así como un "espíritu libre", y Louise se sentiría realmente culpable si por su culpa él dejaba de hacer lo que le gustaba hacer. No quería ser egoísta, pero tampoco quería que él se fuera de su lado. Era un extraño círculo vicioso.

Bajó la mirada, avergonzada. Se dejó hacer por el otro sin soltar ninguna queja, y cuando le volvió a abrazar, se acurrucó contra su pecho, casi como si volviera a ser aquella niña pequeña que le temía a las tormentas (aunque bueno, le seguía temiendo, pero iba mejorando. Ya no lloraba).

Al escucharle, un par de lágrimas resbalaron por sus mejillas. Sí, aquello era lo que la tenía extraña desde hace algún tiempo. Siempre que iba a visitar a sus hermanos por órdenes de su madre, se daba cuenta de que ellos trataban a sus Caballeros como si fueran sus Sirvientes. Ella nunca había tratado así a Bent. Y también se daba cuenta de que los Caballeros seguían las órdenes de sus amos al pie de la letra, pero que les miraban con odio y resentimiento. ¿Bent la odiaría si algún día le diera órdenes? ¿Si le pidiera que permaneciera junto a ella hasta su último suspiro?

Cuando el otro le obligó a alzar la mirada, más lágrimas rodaron por sus ahora colorados cachetes, hasta perderse en su mentón y caer en algún punto del suelo. Su corazón dio un vuelco ante sus palabras, y no pudo evitar aferrarse con fuerza a él, casi como si temiera que aquello fueran puras mentiras y él desapareciera de un momento a otro.

- ¿M-me lo prometes? - susurró, con la voz entrecortada -. ¿M-me prometes q-que nunca te i-irás de mi lado? - le miró casi de manera ansiosa. Quería escuchar su respuesta y así, darse unas pequeñas esperanzas para volver a sonreír.

Dejó que el otro le limpiara las lágrimas, o que incluso le despeinara de aquella manera. Hizo un leve puchero casi sin darse cuenta, como los que hacía cuando era niña y algo no le salía bien, y temía ser regañada por el pelirrojo. Siguió sin soltarse de él, puesto que de una manera u otra le necesitaba, y sentía que si Bent se apartaba de su lado, podría morir en cualquier momento.

- De acuerdo - murmuró, aunque un simple "estaré contigo lo más que pueda" no le bastaba. Sonaría egoísta, pero no le importaba. Bent era sólo de ella, le pertenecía. Y no quería que nadie más se lo arrebatara de sus manos.

Apoyó nuevamente su cabeza en el pecho de él, dándose cuenta que el otro sólo era una cabeza más alto que ella. ¿Tanto había crecido en todos esos siglos? Antes él tenía que agacharse para poder abrazarla y cargarla. ¿Cuando fue la última vez que lo hizo? ¿Cuando fue la última vez que jugaron a las escondidas porque estaba lloviendo y él no quería que ella se asustara? Pareciera que fue ayer, pero al estar de esa manera, se dio cuenta que esos días ya eran más que lejanos.

Que ella ya había crecido, y había dejado de ser aquella pequeña niña que se escondía bajo las sábanas en un intento frustrado por espantar al mayor.

Se sonrojó intensamente al sentir las palmaditas que el otro le dio en su trasero. Hace siglos que no lo hacía, y aunque antes eso no le había molestado... ahora se sentía sumamente extraño. No pudo negarse ante la tentativa del postre, puesto que era una de sus debilidades (y el muy maldito lo sabía(?)), así que, a pesar de que le costó mucho trabajo, le dejó ir y caminó lentamente hacia su cuarto.

Se dejó caer nuevamente en su cama, y su perro, gustoso de que su ama hubiera regresado, se lanzó encima de ella de manera juguetona y ladró un poco, mientras que agitaba la cola de un lado hacia otro. Suspiró y miró hacia el techo de manera pensativa. Aunque en realidad no estaba pensando en nada, su mente se encontraba en blanco en esos momentos.

Al escuchar un par de toques en la puerta, se incorporó un poco y murmuró un pequeño "pasa". Spark miró atento al pelirrojo, en especial el postre que había traído, y ladró para llamar su atención y pedirle con la mirada un poco.