Más que una cena (Privado/R+18)

Rió entretenida al ver como su perro se lanzaba por el pedazo de postre que el otro le había dado. Le miró sentarse en la cama, y se acercó a él para poder tomar la copa con cuidado y no manchar nada.

- No importa si está aguado o no, tú lo hiciste, y tu comida es la mejor que jamás he probado - admitió, sincera, para luego voltear a verle y sonreírle -. Gracias.

Comenzó a comer con cuidado y sin ninguna prisa. A pesar de que el mousse no se veía como el de las portadas de algunos libros de cocina, estaba delicioso. Estaba segura que era digno de compararse con algún manjar para algún Dios o algo por el estilo. Sus mejillas se chapearon, y un gemido de placer escapó de sus labios. Tal vez debería de pedirle más seguido al otro que cocinara ese tipo de postres.

- Oh - murmuró, mientras que sentía como un pequeño hilo de mousse escurría por la comisura de sus labios. Buscó algún pañuelo con el cual limpiarse, antes de que se ensuciaran las sábanas o su ropa.

Al sentirlo cerca, giró su cabeza para mirarle. Pensó que le había conseguido un pañuelo o algo por el estilo, pero al ver lo que hizo, no pudo evitar quedarse quieta como piedra. ¿Acaso...? ¡¿Acaso le había lamido?! El sonrojo que adornó su rostro fue potente, y sintió como si le saliera humo de las orejas, literalmente. Se llevó una de sus manos a su boca, cubriéndosela con notorio nerviosismo.

- ¡¿P-por qué hiciste eso?! - medio chilló, avergonzada -. ¡P-pudiste ha-haberme dado un pañuelo, sa-saukerl! - farfulló, desviando la mirada.

Bent nunca le había dejado estar cerca del sexo opuesto, y con costos le dejaba ir a visitar a sus hermanos. Según él era para protegerla y que nadie le hiciera daño. Era por ello que nunca en su vida había tenido novio, y nunca nadie le había dado un beso... o lamida, dependiendo (su perro no contaba), y por eso se ponía así de nerviosa. ¿Qué demonios pretendía el pelirrojo haciendo todas esas cosas?

Enarcó una ceja al escucharle, claramente confundida.

- ¿D-de qué demonios hablas...? - balbuceó, quitándose la boca de la mano y seguir comiendo su postre.

Intentó concentrarse en este, pero realmente le era muy difícil. Sobre todo al sentir la mirada escudriñadora encima de su persona. No era normal que Bent la mirara de aquella manera; vale que a veces se la pasaba largos minutos observándola fijamente, pero nunca de aquella forma. Era como si le desnudara con la vista, o algo por el estilo.

Volteó a verle, algo preocupada. ¿Se sentiría mal o algo así? ¿O se habría enojado otra vez por lo de su escapada anterior? Su inocencia no le dejaba creer que se debiera a otras cosas. Tal vez era una pequeña desventaja por el hecho de que nunca antes había tenido novio o algo por el estilo.

- ¿Sucede algo? - quiso saber, dejando la copa con el mousse sobre la mesita de noche y encarándole.

- ¿T-tal vez? - balbuceó apenada, retrocediendo de manera nerviosa al tenerlo tan cerca.

Al sentir la pared contra su espalda, no pudo evitar soltar un respingo. Se sentía como un pequeño conejillo atrapado en las garras de algún zorro. Se encogió en su lugar, sin entender nada de lo que estaba sucediendo en esos momentos.

- ¿A-algo diferente? - sonrió, nerviosa - ¿Va-vamos a jugar póker o algo así? - intentó bromear, hasta que sintió las manos del otro colándose bajo su vestido y acariciando su cuerpo. Soltó otro respingo, al mismo tiempo que un chillido. Las manos del otro pronto comenzaron a jugar con sus pechos, y ella no atinó a hacer otra cosa más que intentar apartarle -. ¡Be-Bent! ¡¿Q-qué demonios haces?! ¡Su-suéltame! - medio gruñó, con la voz temblorosa.

Comenzó a empujarlo, intentando en vano el quitárselo de encima. No quería golpearle, puesto que sabía que a él no le dolería y no serviría de nada. No entendía que era lo que estaba sucediendo, y algo en su cabeza le decía que tenía que detener todo eso antes de que fuera demasiado tarde.

No pudo reprimir los gemidos que escaparon de sus labios al sentir las caricias en sus pechos. Nadie nunca le había tocado de esa manera, y le hacía sentir realmente bien. Pero a la vez le asustaba, puesto que no tenía ni idea de qué era lo que iba a pasar ahora, o que era lo que debía de hacer.

- ¡N-no, Be-Bent! - suplicó, con las lágrimas acumulándose de golpe en sus ojos por culpa del miedo. Intentó cerrar las piernas por instinto, pero el otro simplemente se lo negó. Se retorció incómoda bajo su agarre, intentando buscar alguna vía de escape.

Sin embargo los labios de él atraparon los suyos, y su cuerpo se paralizó por completo. Abrió los ojos de golpe, dejando escapar un par de lágrimas. Aquel era su primer beso en su vida, y la persona que se lo había robado no había sido otro más que su propio Caballero. El hombre que había considerado como a un segundo padre. Una parte de ella le pedía a gritos que parara aquello y escapara, que aquello iba a llegar muy lejos si no lo detenía y luego se arrepentiría. Pero otra parte de ella no quería hacerlo. No deseaba hacerlo. Y lo peor de todo es que no sabía el porqué.

Antes de darse cuenta, se encontró correspondiendo de manera torpe el beso, mientras que cerraba los ojos con fuerza y se aferraba a él, de manera tímida y nerviosa.

Dio un respingo al sentir la lengua del mayor invadiendo su boca. Intentó apartarse y romper el beso, pero el otro la tenía pegada contra el colchón, dejando su cabeza sin mucha libertad de movimiento. Sus manos, que antes habían estado aferradas a sus hombros, comenzaron a empujarlo con todas sus fuerzas.

Pero era inútil. Bent era más fuerte que ella, además de que Louise no quería lastimarle. Se encogió temerosa en su lugar cuando el mayor le arrancó el vestido y la dejó en ropa interior, para luego retomar las caricias en sus pechos. Se estremeció y gimió con fuerza, luchando todavía contra la lengua de él. A penas y pudo separarse para tomar algo de aire cuando el pelirrojo volvió a atacar sus labios con deseo y fiereza.

No reconocía para nada a ese Bent. No era aquel hombre amable y cariñoso que le había cuidado durante toda su vida. Él nunca le haría daño, y tampoco le obligaría a hacer algo que ella no quisiera. En cambio, aquel Bent que se encontraba encima suyo y que acariciaba su cuerpo sin pudor alguno era el mismo Demonio que ella vio cuando le conoció. Una criatura capaz de matarla con la mirada y hacerle temblar del miedo con sólo escuchar sus pasos cerca.

Spark, quien se había encontrado de lo más entretenido lamiendo su tazón, notó que los otros estaban haciendo algo "raro". Curioso, como cualquier perro, se acercó hacia la cama y medio ladró para llamar la atención del pelirrojo o de su dueña.

- ¡A-ah...! ¡Spark! - llamó a su perro entre jadeos, antes de que este se espantara con la mirada que le lanzó Bent y huyera de allí. Genial, su único salvador había huido cobardemente cuando más le necesitaba.

Soltó un gritito al sentir las lamidas y chupetones en su cuello. No terminaba de acostumbrarse a esas sensaciones. Intentó en vano cubrirse sus pechos una vez que quedaron descubiertos, pero Bent no se lo permitía, al igual que no le dejaba cerrar las piernas para evitar que tocara su centro. Soltó un par de sollozos por culpa del miedo. No quería hacerlo. No ahora. No estaba lista y tampoco sabía que debía de hacer. Era lo suficientemente madura como para conocer las intenciones del otro al acariciarle de esa forma, y le aterraba el solo pensar que podría lastimarla.

- ¡N-no! ¡Be-Bent, por favor! p-para... - suplicó, soltando unos gemidos mezclados con sus sollozos. Intentó hacer que el otro soltara sus pechos y apartara la mano de su entrepierna, al mismo tiempo que lo empujaba.

Se quedó quieta al escuchar aquello, sin dejar de sollozar. ¿Acaso era una orden? Ni ella misma lo sabía. Nunca le había ordenado nada al otro, no de aquella manera. Además, no sabía si quería continuar o no. Tenía miedo de poder salir lastimada, tal vez no físicamente, pero sí sentimentalmente. Oh incluso temía hacer algo malo y que el otro pensara que era una tonta o algo por el estilo y le dejara.

Tapó su rostro con sus manos, no queriendo que el otro viera las lágrimas escurriendo por sus mejillas.

- T-tengo miedo - admitió, con la voz ronca por culpa del llanto.

Volvió a encogerse en su lugar lo más que pudo, temerosa de que el otro se burlara de ella por ser una cobarde. ¿Y si Bent sólo había estado todo ese tiempo con ella por su cuerpo? ¿Y si no le satisfacía como el otro quería? ¿La abandonaría? ¿Se quedaría sola para siempre? Lloró más al pensar todo eso.

Intentó parar su llanto sin mucho éxito. Se limpió las lágrimas y le miró como si se tratara de un ratoncito rogándole por su vida a un gato. No le tenía miedo a él, sino a ese lado sádico y demoníaco que él tenía. Desde que había visto lo que Bent era capaz de hacer, cuando era niña, siempre temió que él le llegara a lastimar de la misma forma. ¿Qué le podía asegurar que aquel lado del mayor no le mataría algún día? Ella no podría revivir si no queman su cuerpo.

Como pudo, logró hablar, sin poder evitar que su voz se quebrara.

- Y-yo... yo... - apartó la mirada -. L-le temo a-a ese Demonio, n-no a Bent - susurró -. T-tengo miedo d-de que me lastime... d-de que sólo m-me utilice pa-para su propio beneficio - cerró los ojos con fuerza -. T-también le t-tengo miedo a esto, y-yo... no e-estoy preparada.

Aprovechando que el otro ya no acariciaba su cuerpo ni nada por el estilo, se cubrió los pechos con sus brazos. Le daba vergüenza que el otro la mirara desnuda. ¿Qué opinaría de su cuerpo? ¿Le gustaba, lo odiaba? No se atrevió a preguntarle.

Abrió los ojos al escucharle. No pudo reaccionar, hasta que fue demasiado tarde, el otro ya había saltado por la ventana cuando ella se cubrió con las sábanas y corrió hacia esta. Intentó enfocar algo entre la oscuridad, pero simplemente no podía. El corazón había dejado de latirle, y ella ni se había dado cuenta.

- ¡¡Bent!! - gritó tan alto como pudo, y sin tiempo que perder (e ignorando que estaba parcialmente desnuda), se envolvió como pudo en la sábana y salió corriendo de su habitación.

No podía pensar con claridad. Ni siquiera sabía que demonios estaba haciendo. Lo único de lo que estaba segura es que no quería que él se fuera. No quería estar sola. No de nuevo.

Spark la vio salir apresuradamente, y no dudó ni un instante en seguirla. Louise ignoró las piedras o el pasto que lastimaba sus pies y ensuciaban la blanca tela de su sábana. No dejaba de llamar al otro con gritos desesperados y con lágrimas en los ojos. No quería que le dejara. No quería que se fuera de su lado. Deseaba estar con Bent, aún si le aterraba, aún si profanaba su cuerpo.

Y mientras que se internaba en el bosque cercano a su casa, con su perro siguiéndole de cerca, no notó a la criatura que le observaba desde la punta del árbol más cercano...

No tuvo idea de cuánto estuvo corriendo, hasta que sus piernas, lastimadas y cansadas, le hicieron caer de rodillas sobre el pasto. Spark llegó a su lado, mientras que jadeaba un poco por el cansancio y ella se cubría mejor con la sábana que se había llevado. Tenía frío, la garganta le dolía de tanto gritar y las plantas de sus pies sangraban levemente por los cortes que se había hecho con las piedras en el camino.

Pero eso no se comparaba al dolor que sentía dentro de ella. Era como si le hubieran arrancado su corazón. Miró a su alrededor, temerosa. Estaba sola. Ya nadie vendría por ella, ya nadie se preocuparía jamás por lo que pudiera pasarle. La única persona a la que había querido se había ido para siempre de su lado, y ella no pudo hacer nada para evitarlo. Sin saber que más hacer, comenzó a llorar con las pocas fuerzas que le quedaban. Su perro, preocupado, se sentó a su lado y apoyó la cabeza en su regazo, en un intento por consolarla...

Hasta que sintió una extraña presencia cerca de allí. Aunque generalmente era un perro tranquilo y juguetón, no pudo evitar despertar su instinto de cazador. Miró hacia donde sentía la presencia y comenzó a gruñir, llamando la atención de su dueña, quien le miraba confundida.

- ¿S-Spark? - murmuró, con la voz ronca por culpa del llanto y de los gritos - ¿Q-qué sucede? - le acarició la cabeza, tratando de calmarlo, pero el can sólo ladró en respuesta, intentando espantar a lo que fuera que estuviera allí. Louise tardó en notar que algo andaba mal allí - ¿Q-quién está a-allí? - preguntó, haciendo hasta lo imposible para no mostrarse asustada.

Una sombra salió de entre los árboles. Era alto, e iba enmascarado. Su ropa parecía ser igual a la de esos ninjas que salían en las películas de acción. Retrocedió un poco, aterrada. ¿Acaso... era uno de sus hermanos? Su corazón palpitó con fuerza, como si presintiera el peligro.

Cuando la figura misteriosa desenfundó la espada que tenía con él, ella sólo atinó a gritar con todas sus fuerzas.

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Me inspiré (?)

La herida de su costado le dolía a horrores.

Había logrado esquivar aquel golpe certero por suerte, pero eso no evitó que el otro le lastimara. Lo vio alzarse en el aire, listo para darle el golpe de gracia, pero algo - o más bien alguien - lo detuvo. Alzó la mirada, sólo para encontrarse de frente con Bent.

Su corazón dio un vuelco, y las lágrimas acudieron rápidamente a sus ojos tanto por el dolor como por aquella extraña sensación de opresión que surgía en su pecho. ¿Qué hacía allí? ¿No se suponía que ya se había ido? ¿Por qué la salvaba? Un montón de preguntas asaltaron su cabeza, pero dejó de pensar en ello cuando lanzaron algo parecido a una bola fuego negro contra ella, la cual repeló con su escudo de fuego.

Aquel movimiento brusco sólo le abrió más la herida, de la cual brotó más sangre de la normal. Se mareó mucho, y soltó un pequeño quejido de dolor. Nunca antes la habían lastimado, por lo que no estaba acostumbrada a la sensación. Spark, quien tenía una pata lastimada por haberse lanzado antes contra su atacante, ladró en dirección hacia donde estaba el atacante, queriendo ayudar al pelirrojo a encontrarlo.

Como pudo, obedeció al otro -más por costumbre que por otra cosa- cuando le ordenó aquello. Se arrastró hasta un árbol, dónde se apoyó contra el tronco de este e intentó hacer presión con un trozo de su sábana destrozada sobre la herida para evitar que sangrara más. Miró la batalla, a pesar de que su cabeza le daba vueltas.

Bent atrapó al otro con una extraña técnica de hielo, y estaba a punto de acabar con él de una vez por todas. Pero antes de que pudiera hacer algo, el otro hizo explotar el hielo con su extraño fuego negro, y justo cuando las garras del otro le tocaron, desapareció en un montón de pétalos violetas. Parpadeó varias veces, sorprendida. Nunca había visto una habilidad como esa, y no recordaba que alguno de sus hermanos pudiera hacer algo parecido.

Spark le lamió una mejilla para comprobar que ella estuviera bien, y Louise sólo atino a sonreír de forma débil y cansada. Le acarició la cabeza con cuidado, mientras que le abrazaba y miraba con cierta culpa su pata lastimada.

- Perdón amigo - susurró, a lo que el can simplemente ladró, como queriendo decirle que no se preocupara.

Volteó a ver a Bent de soslayo. Ahora no sabía que hacer. ¿Se iría de su lado ahora? No lo culparía si lo hacía, era libre después de todo. Le dolía tanto aceptar que el pelirrojo nunca le había pertenecido, por mucho que ella deseara que fuese así.